Dicho sea para que el título no dé pie a equívocos: Zygmunt Bauman ha sido un excelente sociólogo y un humanista que ha aportado acertadas y bienintencionadas reflexiones sobre el presente y el futuro de nuestra sociedad. Pero, como tantos personajes de este calibre, le ha pasado lo que a Saturno pero al revés: son sus propios hijos los que tienden a devorarlo

Los conceptos son herramientas imprescindibles para comprender mejor la realidad, pero también son pequeños monstruos que tienden a confundirse con la realidad y a desvirtuarla y, si no los atamos muy corto, pueden acabar trayendo más confusión que claridad.

Modernidad, postmodernidad, estructuralismo, postestructuralismo, modernidad líquida, amor líquido… acercaos a estos conceptos como si de minas antipersona se tratara. Las categorías más consagradas han sido tan desvirtuadas en tantas direcciones que necesitan de todo tipo de matices y aclaraciones; otras, en cambio, se suman a las primeras cuando no son otra cosa que una manera simplificada y llamativa de describir procesos sociales

Cuando uno se pone la gorra de científico, ha de hacerlo con humildad, tratando a los prejuicios como si fueran enemigos acérrimos y dándose  por inmensamente satisfecho si consigue arrojar algo de luz sobre el océano de nuestro desconocimiento; cuando uno se pone la gorra de político tiene toda la libertad del mundo para decir y proponer aquello que le apetezca; cuando uno hace las dos cosas tiene el valor añadido de ser un científico comprometido o un político ilustrado … pero,  cuando uno mezcla (o le mezclan) las dos cosas, corre el peligro de acabar no haciendo nada bien.

Bauman hizo muchas cosas bien y, como todos los grandes maestros, iba lo suficientemente sobrado como para matizarse a sí mismo. De la misma manera, Carlos Marx también pudo permitirse el lujo de afirmar que no era marxista. El problema, como tantas veces, son las tentaciones escolásticas o la  frivolidad delicuescente que, de una u otra manera, tienden a contaminarlo todo